A Vuelapluma

La soledad de David Llorente

14 septiembre, 2017 00:00

Ya es irrevocable: David Llorente se ha convertido en el "otro". El raro del Podemos oficial en Castilla-La Mancha. El verso suelto entre los diputados de las Cortes regionales. El zombie antisistema. No está en ningún sitio, no tiene acomodo, está desubicado y triste. Un ectoplasma en Gilitos. A mí es un chico que me cae muy bien: es probable que tengamos discrepancias ideológicas profundas, tal vez insalvables, pero admiro y valoro su coherencia y la defensa de sus principios frente a la reconversión que está experimentando la oficialidad de su partido hacia el acomodo y la moqueta. Tiene aún la furia fresca y por eso a David Llorente le supongo estas semanas en la duda existencial de la dimisión y en frío de la melancolía. Los deseos rotos de lo que, una vez más, no pudo ser, la nostalgia del imposible que Llorente tiene en la cabeza y que García Molina y el resto de los suyos han desbaratado al llegar atropelladamente a las instituciones y ponerse en marcha las degluciones monstruosas del poder. De Pablo Iglesias hacia abajo ya todo es jerarquía y verticalidad.

Llorente es el anticapi de siempre de Podemos que ha llegado a un sitio que le espanta y que le aburre y en el que no sabe qué hacer. Ni adónde ir. Ha pasado del ruido al Parlamento y del Parlamento a la nada sin solución de continuidad y ahora su partido se ha puesto a corretear por los salones del poder en mitad del asombro general y la sorpresa. Es el diputado aislado y llanero solitario que mira añorante a las nubes del hemiciclo y se baña en un mar de dudas en cada sesión parlamentaria, sin nadie a quién confesarle su tristeza y sus desvelos y lo solito y fuera de sitio que se encuentra y que se siente. Amortizado y contrito: el último romántico. David Llorente es el apocalíptico, José García Molina el integrado. Y a partir de ahí ya no tienen nada significativo de qué hablar, ni opiniones políticas comunes, ni calles ni decretos que compartir. Lo suyo ya es pura apariencia.

El otro día, viendo a este bueno de David echar arriba la mirada en su escaño y soportar largas horas y horas de chascarrillo parlamentario insustancial a costa de los Presupuestos de este año, yo pensaba en él y en sus tribulaciones, su soledad y su aburrimiento, e imaginaba lo feliz que sería chapoteando de nuevo por los charcos y diciéndole a la gente lo que piensa de verdad sin la mordaza que ahora lleva y la trampa en la que le están ahogando. Un silencio de diez o doce horas como este, con todo un mundo por decir y mordiéndose la lengua, fue el mayor símbolo de una derrota que yo he visto en estos años en las Cortes de Castilla-La Mancha, y eso no se paga con dinero ni con el sueldo de un diputado y sus cosillas añadidas. O eso creo yo, en fin. Veremos más. ¡Salud!