Capilla Sixtina

La degradación de la democracia

10 octubre, 2017 00:00

La democracia se está devaluando y el voto se asemeja más a una piruleta infantil o a un helado de colores que se derrite casi de inmediato. Da lo mismo el ámbito  que se mire. En paralelo al proceso degenerativo cada vez se invoca más la democracia y la participación para continuar caminando en la dirección contraria. Se profundiza y se avanza en la banalización de la democracia y al voto se le priva  de ese carácter casi religioso que experimentan los pueblos cuando se liberan de una  dictadura. En esos tiempos el voto se razona, se analizan los programas, se evalúan las propuestas y se siente cómo la conquista de derechos cívicos  transforma al individuo en sujeto activo  de la política. Cada vez queda menos de eso. Veamos dos ejemplos de actualidad.

Los socialistas, tras una crisis sin precedentes, se tuvieron que enfrentar no sólo con un espectáculo de bochorno, sino con un vacío inoperativo hasta llegar a la elección de un nuevo secretario general. En juego, el modelo de partido y la democracia interna. Se presentaron dos aspirantes, el señor Sánchez y la señora Díaz. Cada uno, en teoría, representaba un modelo. La opción  ganadora fue la de Pedro Sánchez. ¿Qué criterios, emocionales o racionales, manejaron los militantes para votar a Sánchez?  ¿Fue una votación meditada o movida por el ambiente general que se creó?  Y, en fin, ¿midieron el alcance de sus decisiones? Tras el Congreso Nacional llegó el  momento de trasladar el modelo de partido triunfador  por  coherencia ideológica a los órganos siguientes de la organización.  En Castilla-La Mancha el modelo de partido de Pedro Sánchez ganó por una diferencia cercana a los casi seiscientos votos. Recientemente se han presentado, también en teoría, dos modelos de partido. El encabezado por el Blanco, que se identificaba con el modelo del ganador Sánchez, y el del señor Page, uno de los protagonistas de la asonada y presidente de la Comunidad. Lo previsible en lógica democrática era que el modelo  del aspirante señor Blanco ganara y el del señor Page fuera el derrotado. Nadie, sin embargo, creía que  fuera a suceder así. Y así ha sido: ha ganado el modelo del señor Page. ¿Por qué?  Digamos que por  “factores humanos” y la puesta en práctica de una especie de “ideología adaptativa”, vigente en Castilla-La Mancha desde los años noventa. La “ideología adaptativa” enlaza con la profunda línea del caciquismo tradicional y del clientelismo más grosero. Y consiste en situarse de parte del que reparte. Dios siempre se coloca en el lado del poder. El modelo ganador haría inviable el proyecto del sñor Sánchez. Al menos en Castilla-Laa Mancha, en Valencia, en Extremadura y otros. Claro, que queda el recurso a la “ideología adaptativa” que implica: flexibilidad en las creencias, elasticidad en las convicciones, ductilidad en las posiciones y defensa feroz, casi de zombi, de los puestos conseguidos. ¿Por qué han elegido los militantes de los territorios modelos contrarios, en teoría, al del secretario general nacional?  Cuando he anotado a alguien la incoherencia entre el voto nacional y el regional  se me ha contestado que nada tiene que ver una cosa con otra. La respuesta resulta inquietante. Es muy probable que el señor Sánchez, con tantas brechas territoriales, no pueda sacar adelante su modelo teórico de  más democracia, más participación de los militantes en la política interna y externa en las regiones o en las provincias. Un escenario bipolar. ¿No habremos vuelto donde estábamos?

En Cataluña se ha votado sin ningún rigor, ninguna garantía democrática y con unas reglas cambiantes en cuestión de horas. Ha sido una votación ficticia, ni siquiera virtual. No existen recuentos creíbles, no existen datos, solo fantasmagoría. Y es que los nacionalismos no quieren separar entre lo imaginado y lo real. Se vota de manera ficticia una cosa y se traslada a la realidad como si no hubiera sido una fantasía. Se han diluido las fronteras. La verdad y la invención son lo mismo. Del lado de la ficción se salta a la realidad sin que nadie, al parecer, cuestione la degradación democrática que ello conlleva. E incluyo aquí a los medios, tanto a nacionales como extranjeros. ¿Qué valor antidemocrático tiene, en un contexto de escenificación y teatralidad, de golpe de Estado, las intervenciones de la policía contra los falsarios?  El valor debería ser cuestionado. Pues no. Por ahí anda gente  justificando estas y otras farsas y escandalizándose por la actuación de la policía.  Eso sí, nada que ver con la contundencia de otros países o de los propios “mossos”. Todo absurdo. Como absurdo es sostener el argumento estandarizado de que no soy independentista pero votaré a favor por votar contra Rajoy. ¿Hubiera sido distinto el comportamiento de los independentistas  con Manuel Azaña –por citar a un hombre a infinita distancia intelectual y moral del señor Rajoy- en la Presidencia del Gobierno?

La democracia se degrada.  Si la democracia degenera, el voto pierde su valor y la gente se acomoda en función de sus intereses individuales, la ciudadanía, empobrecida socialmente, queda a merced de  emociones implosivas en lugar de raciocinios de futuro. Y sin apenas percibirlo nos adentramos en los terrenos en los que, con los instrumentos de la democracia y en nombre de una difusa ciudadanía, se propicia la aparición de modelos totalitarios, líderes narcisistas y políticas disparatadas. Los populismos, los nacionalismos y la generalización de las “ideologías adaptativas” o los hechos imaginarios están ganando las batallas. Los ciudadanos mutan de esta manera en una masa que oscila, ciega, de un lado para otro sin objetivos distinguibles. ¿Cómo librarse de esta maldición?