Capilla Sixtina

El protagonismo de la gente corriente

20 noviembre, 2018 00:00

Hay momentos en la historia de los pueblos y de las naciones en los que desaparecen las élites, los liderazgos, las vanguardias, los políticos malos, los profesionales del arribismo y otras especies que merodean en los aledaños del poder y del dinero. Aparece, por un breve espacio de tiempo, la gente corriente. Reclama protagonismo, provisional y corto, para construir la sociedad en la que quiere vivir. Sucedió en los tiempos de la elaboración de la Constitución de 1978. La de más larga existencia en la historia constitucional de España, aunque vaya aumentando el número de detractores, tal vez porque se construyó sin ellos y no toleran su ausencia de protagonismo. Es probable que el anticonstitucionalismo actual de algunos sea una cuestión más de egos o de tácticas de distracción que de debilidades del propio texto. Los hombres y las mujeres corrientes se convirtieron en los artífices de una Constitución, organizada para garantizar años de progreso y tranquilidad.

Los nombres que se exhiben como protagonistas no son otra cosa que figurantes para poner caras al esfuerzo colectivo de un pueblo por superar un pasado aciago. Por la proximidad temporal, por las historias que se contaban en voz baja, por las condiciones económicas y sociales en las que vivían sus padres y ellos mismos, por el exilio silenciado, por los emigrantes que con una maletilla de madera partían para Francia o Alemania, supieron que no querían vivir en ese universo cerrado y miserable. Deseaban futuros abiertos, formar parte de un proyecto global de libertad y progreso. Querían elegir a sus representantes políticos, aunque se equivocaran. Con una Constitución así ocasiones tendrían de sustituirlos por otros. Intentaron pasar de una dictadura a una democracia, obviando los innumerables errores de sus antecesores. Habían oído cómo la gente había transitado de la alegría de la Republica, que todo lo resolvería, al horror de la guerra y a las tristezas de una dictadura. Conocían que los localismos insolidarios –siempre lo son– habían desembocado en guerras anteriores a la que se gestaba en Europa. Fue el tiempo del fascismo y del comunismo, de las promesas revolucionarias y de las tensiones nacionalistas. Fueron tiempos de quimeras excluyentes y totalitarias. Una nube negra, desconocida hasta entonces, cubrió, primero a España, después, a Europa. A lo que ocurrió se le llamó en España, guerra civil, disparatada y feroz, como suelen ser este tipo de guerras internas, al resto se le llamó Segunda Guerra Mundial, un eufemismo que enmascara millones de muertos, millones de personas padeciendo horrores inabarcables. Las guerras ya no se hacían con técnicas antiguas. Ahora se empleaban instrumentos absurdamente voraces y destructivos.

Con esas historias en la memoria es fácil pensar que mujeres y hombres anónimos votaran una Constitución que sirviera de antídoto contra cualquier tipo de desastre presente o futuro. Seguramente no tenían otra opción, visto desde la distancia. Los lideres y dirigentes del pasado habían fallado. Unos no supieron defender lo que tenían y otros se sublevaron contra ellos. Por eso la gente corriente en esta oportunidad torció la marcha mecánica de la Historia. No sabía de derecho, ni de economía, ni de sociología, pero si supieron que les correspondía construir un presente distinto y un futuro prometedor. Aprobaron una Constitución de la que se cumplen cuarenta años. Una minucia conseguida por gentes corrientes que, en un momento concreto, marcó a los políticos el camino a seguir. Hablando, cediendo y pactando era y es como vive su día a día la gente corriente. Querían que sus representantes fueran lo más parecido a ellos. Ese fue su acierto en el presente y su brillante herencia para el futuro.