El Alcaná

Crónicas del Rey Don Pedro

4 junio, 2018 00:00

Pedro López de Ayala escribió en el Siglo XIV las Crónicas del Rey Don Pedro, historia del azaroso reinado de Pedro I de Castilla, para los nobles bautizado el cruel y para el pueblo, justiciero. Es la recreación de un momento político convulso, en el que el trono se disputa entre dos hermanastros en el contexto de la Guerra de los Cien Años. Pedro caería a manos de Enrique II, que abriría la puerta real de los Trastámara en Castilla. López de Ayala pasó luego al bando ganador y pudo contemplar desde su puesto de canciller desastres tales como la batalla de Aljubarrota, donde Portugal y Castilla se dejaron hasta los huesos. El Catorce es un siglo de destrucción, peste y fratricidio. Siete siglos más tarde, otro Pedro entra por la puerta de atrás con intención de quedarse y remar las aguas turbulentas que hasta acá lo trajeron. Es un Odiseo con un Peugeot aparcado en la puerta.

Lo vivido estos últimos días demuestra que cualquier calamidad es posible en tiempos convulsos y epilépticos. No cabe tanto despropósito junto metido en trescientos cincuenta escaños. La soberanía nacional no se trocea ni se subvierte, por más que la moción de censura sea perfectamente constitucional y haya castigado a quien ha demostrado que lo merecía. Rajoy dimitió de su altura política no dimitiendo de su cargo. El último servicio del presidente no puede ser pagar la cuenta de un restaurante en la sobremesa.

Pedro Sánchez ha demostrado que tiene determinación, coraje y baraka. Ha luchado contra todos los elementos posibles, comenzando por los más peligrosos, que son los de su propio partido. Sin embargo, atrás queda el tiempo de las sombras, donde derrotó a su hermanastra Susana, y ahora llega el punto de los hechos y el gobierno. Corre el riesgo de creerse tocado por los hados y saberse más listo que nadie. Su llegada a Moncloa obedece a una carambola, donde él es la bola blanca del billar que podría acabar cayendo en uno de los agujeros. No quiere elecciones, porque sabe que ahora las pierde.

A cambio, compra tiempo de una legislatura agónica a la que le quedan dos años. Hará políticas sociales, quitará crucifijos y dejará a Zapatero en bragas. Tiene un asesor político muy bueno, Iván Redondo, que le ha marcado el camino estos últimos meses. Si es hábil, puede conformarse una imagen de estadista de diseño y red social, propia del siglo XXI, donde las mociones se someten a twitter antes de ser llevadas al Parlamento. “Sonrío y voy”, como le imita Latre en Onda Cero cada mañana.

Lo que sería infumable y nadie tragaría es la concesión al separatismo catalán o vasco. Eso fulminaría al Psoe en toda España. Emiliano está vigilante y el resto de compañeros, también. Con qué cara irían a las elecciones dentro de un año si se legaliza un golpe de Estado como el de los secuaces de Torra y Puigdemont. Además, la Historia ya está escrita y podemos irnos al 34, a 1714 o al segadors. Donde quieran. Cataluña no resuelve por sí misma, pero da y quita gobiernos. Ahora que manda el Psoe, el Barça volverá a ganar la Champions. Los culés de la Meseta lo sabemos.

La clave para la evolución de la especie es la adaptación al medio y la supervivencia del más fuerte. El que más rápido se amolde y asiente en el nuevo panorama, más probabilidades tendrá de ganar. Rivera mira desconfiado esperando que caiga cuanto antes el último grano de este reloj de sol en que se ha convertido la legislatura. Con la cuestión nacional no se juega. España no es de derechas ni de izquierdas. Indalecio Prieto iba al aeropuerto de México a despedir llorando los aviones rumbo a su patria. Cuando los gobernantes fallaron, el pueblo se levantó como uno solo. Ahí está la Independencia, Napoleón y su hermano el Botellas. Salieron para Francia igual que vinieron. Quien niegue a España, se niega a sí mismo.

Pedro Sánchez busca a su López de Ayala que le escriba. Que tenga cuidado con Podemos y Pablo Iglesias. Puede organizar consejillos en la barbacoa del chalé. Ganará tiempo y encontrará titulares. Pero que no se engañe. Por más trabucaires del PNV, socialistas del Antiguo Testamento o peperos corruptos, de este embrollo sólo se sale votando. Y ahí podría abrirse la puerta a la dinastía Rivera, como en Montiel a los Trastámara.