El Alcaná

Los pines y los panes

20 enero, 2020 00:00

Anda Vox metido estos días con el llamado pin parental, la autorización previa de los padres para que sus hijos acudan o asistan a determinados talleres o clases extraescolares que tengan que ver con la sexualidad. Es todo un pandemónium endiablado en el que quien más tiene que ganar es el Gobierno, puesto que este tipo de polémicas distraen la atención de lo importante, la implacable demolición en la que se ha empeñado el Ejecutivo con el Judicial. Mientras Dolores Delgado, llámame Lola, ha entrado en la Fiscalía como elefante en cacharrería o el caballo de Calígula, la peña se distrae con estas fantasías de cilicio y sacristía. No hay nada que más convenga a Pedro para sus fines que alimentar el espantajo de Vox, sus crucifijos, monsergas y arengas. El personal recela de los curas y ya lo dijo Baroja, nos pasamos media España delante de los curas en procesión y la otra media, detrás de ellos persiguiéndolos. Todo lo que huela a incienso es pan comido para la izquierda.

Dicho lo cual, cometen errores de párvulos, como Celaá diciendo que los hijos no son de los padres. Coño, no, del koljost pertinente y para mayor gloria de la República del Mañana. Lo de las cuestiones evaluables y que se aprenden en la escuela, la educación, vamos, admite diferentes ópticas y vertientes. Es la labor compartida de los padres y la escuela a un tiempo. La formación en valores corresponde, sobre todo, al primer círculo de socialización, que es la familia. Pero también a lo que los chavales ven y aprenden con sus iguales en la escuela. Anteponer taxativamente uno de los dos al otro parece dogmatismo o dictadura. No hay cosa peor que los extremos que se retroalimentan.

La sexualidad debe ser aprendida en casa y en clase, aparte de la calle, que es donde normalmente todos lo hicimos. Negarse a que tu hijo reciba información sexual documentada, científica y enriquecedora en la escuela es tan retrógrado como los cursillos de amas de casa que un día fueron. Pero exponer a tus hijos a la charla de una loca como la directora general de la mujer, que ha leído muchos libros, todos hacia dentro, y destila odio y resquemor por cada poro que traspira, es demasiado. Decir que la penetración es la perpetuación del dominio del hombre sobre la mujer o que para que exista igualdad es necesaria la penetración anal del hombre por parte de la mujer, es haber vivido un lesbianismo rijoso, habitado de rencor y con balcones a la frustración. Además esta señora no dice cómo, porque al menos debiera tener la delicadeza, tan sabia ella, de explicar la manera. Si la mujer debe penetrar analmente al hombre, qué menos que dar una serie de consejos o experimentos. No es lo mismo hacerlo con una berenjena, un dildo o una barra de hierro. Aquí hay carencias en esta teoría.

Vox es el espantapájaros que el PSOE ha colocado en mitad de la era para que nadie pique en los panes de la derecha. La libertad se mide por el margen de acción del individuo, no del colectivo ni la tribu. Hay que educar en el respeto, palabra mucho más completa que tolerancia. La izquierda perdió hace tiempo la batalla económica. Los comunistas no han sido capaces de relanzar un país en la vida. Por eso, con la vena totalitaria dentro, ahora van y se meten en la cama, para decirnos con quién hacerlo y cómo ponernos. Y la muchachada joven cree que eso es lo progre. Nostalgia y lástima de la libertad sin ira de Jarcha, donde decían “yo sólo he visto a gente muy obediente hasta en la cama”. Hemos andado cuarenta años para darnos ahora la vuelta atrás.