El Alcaná

Las fauces del tigre

30 julio, 2018 00:00

El juez Llarena tuvo que salir escoltado el sábado por la noche del restaurante en el que se encontraba cenando junto a otras veinte personas, después de que un grupo de los autodenominados comités para la defensa de la república catalana lo acecharan con insultos y le zarandearan el automóvil. Al tiempo, la ministra de Política Territorial, Mertixell Batet, asegura que la solución al conflicto catalán pasa por un amplio consenso que sea asumible por el ochenta o el cien por cien de la ciudadanía en Cataluña. Un acuerdo que después debería ser votado, aunque la titular de la cartera no especifica por quién. Una de dos, o los golpes de calor comienzan a afectar al Gobierno o estamos empezando a pagar ya el peaje de la moción de censura.

Lo que ha hecho de España una de las naciones más prósperas de Europa en los últimos cuarenta años ha sido el sistema de derechos y libertades que consagra la Constitución de 1978. La Carta Magna especifica claramente que la soberanía nacional reside en el conjunto de la ciudadanía que conforma el Estado español. Es el respeto a la ley que emana de los representantes del pueblo, elegidos en votación directa y secreta, lo que posibilita el desarrollo y el progreso individual y social. Todo lo demás es filfa y canto de sirenas. La división de poderes es la piedra de toque de cualquier sistema democrático, de tal forma que ninguno de ellos puede hacer de su capa un sayo, por mucho que se coja el avión para ir a un concierto. El Gobierno de las gafas de sol y los tweets debería saberlo.

El acoso que sufre Llarena en su propia casa es inadmisible y debiera ser una cuestión de Estado con la misma consideración que las cintas de Corinna. No cabe mirar a otro lado, cuando la hidra comienza a dar señales claras de la violencia que hasta ahora había guardado. El nacionalismo es una bestia inmisericorde que anida donde menos se la espera. La sociedad alemana, una de las más avanzadas y desarrolladas intelectualmente que propició mentes como Bach, Kant o Hegel, cayó presa de la ideología más ominosa de los últimos tiempos, el nazismo. No hay vacuna contra la fiera; como dirían los médicos, la única solución posible para determinadas enfermedades es la prevención. Y en cuarenta años de democracia, por los complejos que aún habitan en gentes de izquierda y derecha, esto no se ha tenido en cuenta. Se ha dado al nacionalismo todas las armas que pedía en virtud de un déficit de libertad que sufrimos todos los españoles, no sólo los catalanes, durante el franquismo. Y, lejos de agradecerlo y conllevarse, como decía Ortega, ha actuado como el escorpión que cruza al río sobre la piel del cocodrilo, picándolo a mitad de cauce.

Churchill le dijo a Chamberlain en el 39 que había intentado evitar la guerra y el deshonor un año antes y que el acuerdo con Hitler le había traído precisamente, el deshonor y también la guerra. No se puede pactar ni hablar nada con la fiera cuando tu cabeza se encuentra en las fauces del tigre. Si alguien se aburre este verano, que vea la película que este mismo año ha protagonizado Gary Oldman sobre el primer ministro británico, cuando en 1940, Londres era presa de los bombardeos alemanes y el Reino Unido vivió su momento más oscuro. Hay que dar la batalla de las ideas, porque no todas son defendibles. Y si uno cae, que lo haga al menos con dignidad.