El Alcaná

Años que han gloriosamente ardido

31 diciembre, 2018 00:00

Celebro esta Nochevieja solo en casa de mi madre mientras su cabeza se pierde en la bruma de esta niebla de invierno. Las altas cumbres se nublan y caen sobre ellas la blancura de la ancianidad sobrevenida en forma de operación de cadera y una demencia lenta pero inexorable. El paso por el hospital la ha dejado distraída, desorientada, confundida. La observo y miro su espalda caída hacia los hombros cómo se precipita a los manillares del andador. La vejez es una putada del tiempo que no vemos mientras chillamos, pero se esconde detrás de una puerta. Las calles que nos vieron pasar lozanos se apagan para cerrarnos su piso y los cielos que celebraron las luces se vuelven plúmbeos y sombríos. Lo malo no es morirse, sino lo que hay que pasar hasta morirse.

Ver a tu madre apagarse, achicarse, hacerse pequeña lentamente no debería estar permitido. Y, sin embargo, sucede. La vida forma pliegues que ni conoce ni da sentido y allá te las tienes que ver tú. La lenta agonía de la memoria es la peor, aquella donde el océano duerme el sueño del olvido y cada día se hace más grande. Allá donde huye todo despavorido para desaparecer un día de la vista. Y qué duro es mirar unos ojos que todo te dieron y ya no te conocen. Por qué Dios permite el sufrimiento. Es algo a lo que los cristianos nunca dieron respuesta. Señalan la Cruz y aluden al Misterio. Y luego desarrollan una teología del sufrimiento que desemboca en la humillación. Nietzsche habló de moral de esclavos y cargó sobre San Pablo la trasposición del superhombre que fue Cristo. No está tan claro eso. Nietzsche mató a Dios pero terminó loco. Quizá todo esto sea el precio de la soberbia que Dios ordena en su mutismo por la negación que de Él ha hecho el hombre.

Sea lo que fuere, la fe es un don y se tiene o no. Prefiero quedarme en esta vida y creer lo que está en mi mano. Quevedo escribió uno de los mejores sonetos de la lengua castellana, Amor más poderoso que la muerte. De él es el verso que parafraseo en el título del artículo y que siempre me pareció bellísimo. Medulas que han gloriosamente ardido. Eso mismo es la vida cuando se postra un 31 de diciembre, un manto de cenizas, un silencio de oprobio, una consunción evidente. Polvo enamorado, se consolaba Quevedo. Qué curioso que los grandes poetas de la vida acabaran en la Mancha. Manrique es otro que siempre acecha al hablar del tiempo. Y nunca nadie describió y contó como él el temple de su fugacidad, la voracidad de su brío, la cadencia de lo inexorable. Cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando.

Un espeso silencio cubrirá esta noche el salón de mi casa. Las uvas quedarán sobre la mesa y mi madre y yo nos miraremos como dos desconocidos que se encuentran a pasar la tarde en un asilo. Y la abrazaré. Y lloraré. Y veré mi tiempo reducido a cenizas corriendo en el pulso mismo de las venas. Años que han gloriosamente ardido junto a ti, mamá. Y otros tantos que resten, redondo seguro azar.