El Alcaná

Muti y Mota

2 enero, 2018 00:00

La Nochevieja y el Año Nuevo llegaron como siempre, igual que una sombra, una ficción, un fantasma huido del baúl de antaño. Los años se suceden implacablemente, suave, terciados, sabedores de su inexorable cadencia. El Dieciocho se ha colado sin siquiera haber degustado el Diecisiete. La vida a partir de los cuarenta es una montaña rusa de incertidumbres.

En este ritual del tiempo brutal, órfico, casi demoníaco, dos cosas son las únicas que acuden a la mente. La evidencia de que es mejor cumplir años a no hacerlo y, por supuesto, la experiencia que da la sabiduría de compartir tu tiempo con quien merece la pena. Entre medias, quedan felicitaciones, arrumacos y tendencias. Lo demás es accesorio. No así el talento, que brilla aunque la lámpara se esconda bajo la mesa, como la parábola de Jesús.

José Mota volvió a regalarnos un Fin de Año sensacional, óntico, soberbio. El mundo según Mota merece la pena vivirlo. El genio de Montiel ha erigido un monumento al talento, la vida desbocada por donde hay que beberla. Hizo una hora de televisión magnífica. España, conquistada por los chinos, con una ceremonia de coronación en la Catedral de Toledo de un emperador oriental. Da lo mismo, Mota se recrea en sí mismo. Es un género literario, la metaliteratura que inventara Cervantes en el Quijote. El mundo a través de Mota es diferente, menos cáustico, más sabio, mucho más ligero. La crisis catalana le dura dos días. Walking Dead y Anna Gabriel fueron suficientes para darnos cuenta del calibre de la mentira. Iceta, el esperpento. Y Puigdemont, la inocentada. Mota resuelve conflictos históricos con un soplo de viento. Si hubiera vivido en el 1369, Dugesclan habría sido menos histriónico y hubiese mediado entre Pedro el Cruel y Enrique de Trastámara. Quiere a su pueblo y lo lleva por bandera. Se hizo una casa hace tiempo y va mucho por allí. La Vieja del Visillo se hace carne entre los olivares de Montiel. Mota es el nuevo Valle, que hace pasar la España del Veintiuno por las concavidades de la luna de Montiel.

Y en la mañana del Uno, las polkas, los valses, violines, violas, violonchelos, contrabajos y cítaras toman el Año Nuevo. Es un concierto importante, como las cosas grandes de la vida. Por eso, es igual y distinto. Este año subió Muti al estrado, el maestro eterno del tempo. Lo conocimos personalmente en Toledo, durante aquel año mítico del Greco. Marañón no ha cobrado aún ni lo hará la gratitud que esta ciudad le debe. Ricardo Muti dirigió en la Catedral Primada un Réquiem de Verdi magistral. Ayer cogió la batuta en Viena, y una orquesta tan soberbia como la Filarmónica, notó abiertamente su presencia. Desde las primeras notas de El barón gitano, la obra con la que comenzó el concierto, se notó que aquello sonaría distinto. Muti no tiene prisa. Si fuera español, diría que la prisa es sólo para los malos toreros. Da igual, es mediterráneo, vital, tempestuoso... pero también tranquilo, observador y minucioso con su trabajo. El Danubio Azul y la Marcha Radetzky sonaron a su tiempo, cerca de las dos, con batuta lenta. Viena ha encontrado la mina de oro con este concierto de valses y polkas. Toledo o Cuenca podrían hacer lo mismo buscando su camino.

El Dieciocho es una realidad corpórea, definitiva. Los años pares me tocan los cojones, pero no hay que desesperar. Cada día es un monumento nuevo, el sol sale para todos. A cada fracaso o resignación, se sucede una oportunidad nueva. La sabiduría y la inteligencia consisten en verlo. Feliz Año a tod@s.