El Alcaná

La amanecida del Bú

6 agosto, 2018 00:00

He venido a dar en los cuarenta con la manía del runner. No soy ni mucho menos corredor avezado, ando las más veces, corro cuando me pica y paro cuando me ahogo. Freno y avanzo según el paisaje. Empecé en la cinta transportadora del aeropuerto, seguí por la del gimnasio, continué por la Vía Verde hasta Poblete y ahora madrugo para hacer el Valle. Siempre fui amigo de la matinada, pues es cuando más luces brillan en la cabeza y antes me baja la inspiración. Con el calor, las musas emigran y soy yo el que sale a paseo. Ahuyento el infarto igual que las brujas los malos espíritus. Me queda hundir la última colilla en el cenicero, pero todo a la vez es imposible. Siempre dije que correr es de cobardes y me burlaba de Zapatero y Murakami. Ahora los entiendo. Con el tiempo, usaré gafas de sol y votaré a Pedro Sánchez.

El deporte no es más que una búsqueda continua de uno mismo. Sócrates lo dejó dicho en Delfos hace veinticinco siglos. Conócete a tí mismo. Y es ahora cuando comprendo que el ejercicio es la manera más efectiva de hacerlo, pues encallas perfectamente en tus límites y tiendes a superarlos. Ya sé que esto lo saben quienes hacen deporte, pero entiendan que soy un recién llegado y poseo la fe del converso. Voy desaliñado y desarrapado, no pienso caer en el modelito de las mallas. Cuando llegue el invierno, ya veré lo que hago. Tengo una sudadera verde de Ariel de hace veinte años que todavía me vale. No todo el mundo puede decir lo mismo.

El sábado salí a Toledo en la amanecida. Las piquetas de los gallos cavaban la aurora, como decía Federico. La ciudad dormía y pisé la calle cuando la oscuridad de la noche se diluía en el primer azul violáceo. Es el mejor momento, quema como el gas azul de los mecheros y eriza el vello. El Puente de San Martín reposaba silente sobre las aguas tristes del Tajo. Es lo único que desentona del paisaje idílico. Hay que hacer algo, no puede ser que el río más largo de la Península Ibérica huela a mierda a su paso por la que fue Capital del Imperio. Garcilaso hubiera ahogado a Nemoroso en Safont de haberlo visto así.

Subo por la venta hasta llegar al Valle y rondar Toledo. Permanece quieta, callada, recogida, sumida en sus pensamientos, absorta. Es la misma ciudad que hace cinco siglos y que hace diez. Carlos Cano escribió de Granada que vive en sí misma tan prisionera, que sólo tiene salida por las estrellas. Toledo no tiene salida, es redonda, circular, esférica... El meandro se agosta a su falda y le recuerda su límite, el beso primitivo de la mañana y la roca. Vi amanecer en Toledo y di la vuelta al Valle hacia el Este, buscando la primera salida del sol. Y me encontré el cerro del Bú y la Degollada. Es la ciudad más fascinante que he visto. Toledo se viste ahí de rumor y leyenda, de fantasía, muerte y tragedia. Porque el amor termina en tragedia, como las historias de moritas y cristianos que allí se encontraron. El Bú es un cerro sorprendente, mágico, el lugar propio del diablo, de ahí su nombre. Dicen que los primeros pobladores estuvieron aquí y que los amantes que a él acuden terminan odiándose. Ver el Bú por detrás es como contemplar una gigantomaquia órfica, mítica, perdida en los papeles del tiempo. Dan ganas de tirarte sobre él y abrazarlo como un árbol. Es la vista más impresionante de la ciudad, la más altanera, porque la contemplas desde abajo. La piedra se pone de pie y chilla al viajero. Enfila sus puntas hasta clavarlas en el corazón de quien mira y muerde sus plantas. Qué ciudad tan bella y prodigiosa.

Toledo es un clamor de roca que se abre por las entrañas y entra a las costuras del alma. Jamás vi tanta belleza. La ciudad se despereza y con la primera luz de agosto, blanca impía de lo que será el calor tórrido del mediodía, blande su encanto igual que una novia recién lavada. Hay que hacer visitas de amanecida. El sábado creí nacer de nuevo, porque descubrí otra vez esta ciudad en la que vivo desde hace quince años. La habían puesto solo para mí. Y la piedra hablaba y conversaba conmigo. Y la mañana se deshacía y deshilvanaba. Y al volver a casa, me di cuenta de que todavía no conozco la iglesia ni la calle que da a la esquina de mi puerta. Ya tengo viaje de vacaciones. Esta ciudad es un parque temático. Puy de Fou lo ha visto. Y quien contemple la maravilla con los ojos sorprendidos de un niño caerá hechizado para siempre. Toledo, tan desnuda, enloquece los amantes.