El Alcaná

Te fuiste en abril, mamá

3 mayo, 2019 00:00

Te fuiste en abril, mamá. El mes más cruel, el mes de las lilas, el mes de las malvas, el mes de los muertos. Tus manos frías quedaron entre las mías una tibia mañana de lunes, cuando los operarios funcionan y las máquinas disparan. Te habías apagado lenta, dormiste profundamente los últimos días hasta llegar al final, quieta, callada, silente, entre Santa y yo, con Prado y Yolanda en tu vigilia.

Te marchaste en un suspiro largo, cuando el alba despunta y abre. Conservé la calma y serenidad ferozmente, como si fuera un león, sin saber de dónde venía el aplomo y la fuerza. Vi cómo cambió tu respiración, cómo se te bajaba el vientre y elevaba el pecho, cómo abriste los ojos en el último adiós. Y me levanté porque sabía que la guadaña ya estaba aquí.

Habían sido días largos, interminables, de claridad y viento, de sol y espuma, la que había en tu memoria, nívea, plúmbea, de acertijos insondables. Me enteré esos días de lo que el abuelo decía en el mercado, porque no paraste de repetirlo. Me diste una lección de fortaleza que llevaré guardada en el alma como oro, hierro y acero puro. Serás mi salvoconducto, porque bien claro me lo dijiste sin abrir la boca, como sólo una madre sabe decir a su hijo.

Te me has muerto en el corazón, las sienes y el movimiento, pero rezas tu canción en mi silencio y la escucho por las noches. Si papá me dio el don de la realidad, tú me has dado el escudo de la sonrisa y la fuerza. Soy barro vuestro.

Te me has muerto en primavera, el día que Machado vio el olmo seco, hendido por el rayo y en su mitad podrido. Ya no espero milagros que prendan la llama de tu cuerpo y la boca de tu alma. Pero me pasa lo mismo que papá. No hay día que te olvide ni me invites a la memoria. Habitáis donde jamás pensé que dijeran la locura de los poetas. Vais en mi corazón, andáis conmigo, os siento dentro. Me habéis dejado huérfano y es como si el niño volviera a nacer. Pero me aguarda la fuerza, la vuestra, con la que me habéis empujado acá. Siento que nada me hará daño y que si así fuera, vuestro árbol me cobija. Una sombra enorme de la que espero disfruten mis hijos.

Se murió la primavera. Terminó el rosal, claudicaron los jazmines. A mis amigos les digo que cuiden de sus padres como las niñas de sus ojos. Se invirtió la primavera; ya no suena el teléfono por las noches. Hoy compraré un ramo y lo colgaré del quicio donde asomaba el balcón de tu sonrisa. Que Dios te bendiga. Te quiero, mamá.