El Alcaná

Vicente Vallés

23 noviembre, 2020 00:00

Llegó a Fedeto detrás de una mascarilla negra y un traje impecable. No lo reconocí de primeras y tuve que acercarme para saber quién era. Pequeñito como yo, algo que nos da esperanzas, comprobé que su timidez es tan grande como su talento. Si no sabes que es Vicente Vallés, piensas que se trata de un señor que viene a venderte un seguro. Pero no, ahí estaba. Todo un Francisco Cerecedo ante mí, contándome lo de los Reyes como quien viene de la farmacia. Ese es Vicente Vallés, el monje de la información, el cartujo de la noticia, el benedictino de la palabra y los datos, el mismo al que Podemos ha puesto en la diana de su disparadero virtual. Echenique, el condenado por desconfiado, sigue zurrando la badana en twitter. Y no se conoce ni se escucha ni se presiente un mínimo amago de dimisión. La ley del embudo era el asalto a los cielos. Lo ancho para la izquierda, lo estrecho para los fachas.

Vallés habló con la claridad que lo hace en las noches de Antena 3. Con una lógica periodística perfecta, cabal, hecha de escuadra y cartabón, diseccionó la actualidad de la pandemia desde el mes de marzo hasta ahora. Dijo cosas tan interesantes como que el estado de las autonomías puede replantearse después de la experiencia vivida. Contó cómo las buenas redacciones son un hervidero de discusiones y adelantan los problemas. “En febrero ya nos preguntábamos por qué dejaban llegar aviones de China e Italia”. Es un periodista total, de los clásicos de toda la vida, que entregaría un pedazo de su reino por una noticia. Y lo seguirá haciendo.

A Vallés le ha tocado vivir un tiempo donde la demostración de lo obvio se ha convertido en heroicidad. “Qué dirían ahora si dedicase veinticinco minutos del telediario a asuntos como lo hacíamos con Filesa o la Gürtel”. Es el triunfo de la tenacidad, el éxito del periodismo, la brillantez de la noticia contrastada. Por eso refulge Vicente en un panorama tan sombrío. La lámpara no está hecha para colocarla bajo la mesa, dice el Evangelio. Y en su caso, ilumina allá donde vaya con sus sienes plateadas. “Esta situación no ha sido buscada por mí”, dice sobre Podemos, “pero continuaré informando y ofreciendo noticias veraces”. No sé yo qué enseñan ahora en las facultades de periodismo tras el paso de Podemos por la universidad. Igual que la ideología determina la verdad de una noticia. Y es esa la sangría en la que se precipita el periodismo por las cañerías del desagüe.

Dijo también que sabía de la existencia de llamadas, pero que a él nunca se las trasladaron, lo cual habla bien de sus jefes. La voz adolescente lo hace, si cabe, más humano. Y lo que más le engrandece, su humildad; humildad y espíritu espartanos que le hicieron marcharse a las doce porque a la una tenía reunión en la tele. Vino, vio y triunfó. Las épocas de crisis lo son de oportunidades. Y Vicente ha visto reconocido su talento ahora, en la época de la verdad, porque cuando las aguas se enturbian y enfurece la tormenta, cuando llega la situación límite como esta, emerge la verdad en todo su esplendor. Porque no queda margen para la mentira y porque cada uno nos retratamos en el punto y momento en que la vida te exige. Ese es el daguerrotipo que queda para el futuro. Vicente, un eremita de la palabra, una mirada de cristal, una suerte de compañero. Por periodistas como Vallés es por lo que uno escogió este oficio tan cabrón, pero a la vez tan hermoso.

¡Enhorabuena, Vicente!