El Alcaná

Dani Mateo y los intelectualoides

5 noviembre, 2018 00:00

Dani Mateo ha hecho una parodia sobre la lectura del primer artículo de la Constitución Española que hizo la Infanta Leonor el día de su cumpleaños. Para completar el chiste, el humorista se ha sonado los mocos con la bandera de España, lo que ha provocado un revuelo generalizado que ha terminado incluso con boicot publicitario a la cadena que lo ha emitido. Mateo ha pedido disculpas, ha cerrado twitter, luego lo ha abierto y dice que no hay sentido del humor con las banderas. Yo es que me parto cuando lo veo, con la misma gracia que tiene Wyoming desde que canta con Reverendo y le da para comprarse chalets en las afueras.

Reconozco que el asunto me ha suscitado cierto dilema. Debe ser mi tendencia a empatizar con los perseguidos que lo haya pensado un par de veces antes de escribir nada. En casos muy evidentes, prefiero escuchar la otra parte y darle el beneficio de la duda. En este me dice una amiga que hay que ver cómo nos ponemos por una broma, cuando en el humor todo está permitido. Pienso, reparo, reflexiono. Es verdad que el humor resulta básico en la vida y da idea de la inteligencia de la persona. Pero por eso mismo en este caso, ha quedado a la altura del betún o el pañuelo de mocos con el que compara la bandera española. No me gustan las campañas y detesto las consignas, pero que cada palo aguante su vela.

No sé qué hemos hecho en este país para que cierta izquierda se avergüence de España. En Alemania, por poner un ejemplo que podría considerarse cercano, nadie reniega de la germanía por el nazismo. La izquierda de nuestro país jamás abjuró de la idea de España por más que Franco o el llamado bando nacional ganara la guerra. Llevaban el nombre prendido en la boca y pronunciaban su nombre como suspiro o anhelo. Si a Unamuno le dolía España, a la izquierda republicana y luego del exilio le salía por los poros. No hay más que leer a Machado o Blas de Otero, por poner dos ejemplos, para comprobarlo. No sé en qué punto reviró la cosa.

Es el nuestro un país singular que lleva el cainismo en la sangre, la cerrazón y la negación del ser. De ahí que tenga más mérito su existencia. La revisión que la extrema izquierda hace ahora de la Historia con el beneplácito del PSOE de Sánchez, es patética y bochornosa. Matan al dictador después de muerto los nietos de quienes callaron, por respeto, vivencia y conocimiento, ante el oprobio y la ignominia de la guerra. Esto no es casual y hay que buscar responsables. Si Felipe González fue el gran modernizador de España, sus ministros de Educación, Solana y Rubalcaba, fueron quienes perpetraron el atentado más lacerante contra varias generaciones de alumnos. Los volvieron incultos, tontos, inermes ante la vida misma, cercenando el pensamiento crítico en las aulas con la ley de educación más abominable que en la Historia reciente se elaboró, la LOGSE. Me libré por poco de ella y no sé a quién debo dar las gracias. Vale que la de Villar Palasí no fuera sensacional, pero como dijo un día alguien tan poco sospechoso como Muñoz Molina, ¿cuándo la ignorancia fue bandera de la izquierda o la progresía? Los culturetas de hoy son ya herederos de aquello y hemos alumbrado al intelectualoide de manual y frase hecha.

Esto, más las transferencias educativas que han hecho que en Cataluña crean que fueron independientes y tuvieron reino propio, han engendrado el actual monstruo que nos atenaza y aprisiona. Dani Mateo es sólo el exponente de una generación, la que va detrás de mí, que ha entendido que la idea de España es cosa de Franco y que el buen carnet de progre y rojo se consigue diluyéndola y llamando fachas a quienes se enorgullecen de su país. No pasa nada si Cataluña o Euskadi enseñan sus banderas, pero España se la tiene que guardar para el fútbol. ¡Culturícense y vean la exposición de Toledo, coño!

La bandera de España no es un trapo más o un pañuelo donde sonarse. Puede cada uno frivolizar y entender lo que quiera, pero los símbolos son importantes para las sociedades. En ningún país de nuestro entorno se concebiría siquiera un chiste como este; los franceses resucitarían la guillotina, por ejemplo. Pero es que, en el caso de España, la bandera rojigualda significa en el siglo XXI libertad, respeto y democracia. Es la que cubre los féretros de quienes han dado su vida por la seguridad de los que incluso la escupen u ofenden. Es la que ensabana guardias civiles o militares que ofrecieron su sangre lejos de su patria por defender unos valores que serán universales, como el honor o la justicia. Y en España además, la bandera de Carlos III es la heredera de las Cortes de Cádiz y la Pepa, que lucharon el XIX entero contra los trabucaires carlistas del Trono y Altar, que son los mismos que ahora piden romper la crisma de todo un pueblo contra la piedra de sus prejuicios raciales. Pero en qué túnel nos hemos metido y a dónde hemos llegado. Así las cosas, siento mucho lo que le pasa ahora a Dani Mateo. Pero si puedo entender que se respete la libertad creadora, cómo no aceptar el juicio crítico del público ante la obra creada cuando esta es pura bazofia.