El Comentario

Sueño durante la pandemia, mundo interior, creencias y reyes magos

8 enero, 2021 00:00

Los sueños se alimentan del mundo interior, y es el inconsciente el encargado en ordenar o desordenar aún más este almacén, ocupado en parte de nuestros recuerdos. Estas vivencias son absolutamente nuestras y como mucho -si nos apetece- las compartimos con aquellas personas cercanas. Y en ocasiones aprovechamos a disfrazar determinados mensajes con el aspecto de un sueño, acontecido o no…

El mundo interior (Mi) podríamos compararlo a un almacén, un lienzo enorme o un libro de anotaciones que a lo largo de la vida lo vamos rellenando con apuntes, experiencias o pinceladas. Con sus borrones y todo, sus momentos que nos gustaría olvidar y que a veces incluso lo logramos. En ese mundo interior reside lo intangible, las emociones, los sueños, la memoria y las creencias. Y de ahí tiramos… Pues bien, el mundo de los sueños es uno de los mejores laboratorios de investigación del Mi, ya que lo más probable es que los sueños se originen en ese Mi.

Esta necesidad de vivir aquello que deseamos –o de huir de nuestros miedos- quizá sea la explicación de la gran importancia que han adquirido nuestros sueños –y su estudio-, desde el confinamiento. Ante esta situación, aunque se admite que la mayoría de los sueños son huidizos y cuando queremos atraparlos o evocarlos se escapan, puedo asegurar que en estos momentos soy de los afortunados que me recreo en ellos, los recuerdo y si por algún motivo se ven interrumpidos, soy capaz de continuar la historia que estaba viviendo solo unos minutos antes. Todo sueño tiene su impronta emocional, y todo sueño es mensaje a partir de nuestro Mi. Un mensaje a veces encriptado, pero mensaje al fin y al cabo. Los sueños nos pertenecen de forma exclusiva.

Relatos oníricos que hace poco más de un siglo, Sigmund Freud, una de las tres mentes más influyentes durante el fin de siglo XIX y las postrimerías del siglo pasado (con Karl Marx y Friedrich Nietzsche), dedicó buena parte de su obra en descifrar.

Situaciones relacionadas con un pasado feliz se repiten cada noche, con frecuencia vinculadas a mis estudios en la Facultad de Medicina, otras veces maravillosos escenarios naturales ricos en agua, parajes con abundante vegetación, amigos, amores, familiares que ya nos dejaron o mi padre. Quizá la imagen que añoré, aunque en estos momentos no me lastima. El carácter reparador de estos relatos es incuestionable. Quizá como galeno que soy (médico) defienda la virtud sanadora del sueño, según el santuario del dios médico Asclepio al sur de la Grecia Clásica, en el Peloponeso. Una verdadera escuela de medicina basada en la hipnosis, que cohabitaba con la medicina científica de Hipócrates.

Diría que tengo la sensación cada noche de querer abrazar un sueño distinto.

Lo que pretendo decir es que en estos momentos muchos estamos necesitados de ilusión. El que menos no lo ha pasado nada bien. Algunos, hemos tenido la fortuna de haber podido tratar de tú a tú, bien cerca al señor coronavirus y sin embargo cierto desasosiego ha intentado apoderarse de nosotros y eso es lo último. Vale que este sentimiento nos impulse a escribir, pintar, ayudar con más fuerzas si cabe a otras personas más desvalidas o necesitadas, pero nunca callar, ahogarse en el lamento o tampoco “tirar la toalla” mientras estamos despiertos.

Momentos en los que cierta incertidumbre e ignorancia sobre determinadas cuestiones genera perplejidad y desconcierto que habitualmente se resuelve con el conocimiento, pero la violación indiscriminada de la inocencia solo lleva a la desolación y al desamparo, un escenario donde en ocasiones ni el conocimiento es útil.

Es posible sin embargo, que el patrón más abundante de los relatos oníricos y el contenido de los mismos haya sido otro (ansiedad, estrés, miedo) en numerosos colectivos que han sufrido en sus carnes despidos, cierres de negocios, o la muerte de algún familiar cercano; y en aquellas personalidades más dadas al miedo, ansiedad o depresión. Debo recordar mi artículo publicado el 30 de marzo del pasado año (2020) titulado “Es necesario restringir radicalmente el capitalismo destructivo”, donde hacía referencia a lo que podía ser una predicción del filósofo sur coreano afincado en Alemania, Byun-Chul Han, que avisaba como Europa y Occidente en general estaba reaccionando peor a este microorganismo. Las sociedades positivas no saben lidiar con las contradicciones innatas a realidades adversas (pandemia); el pánico, la ansiedad o la falta de esperanza determinan un debilitamiento inmunológico, resultando mucho más vulnerables que las sociedades orientales: más resistentes y realistas.

Debo considerarme un individuo privilegiado entonces, y puedo afirmar que he podido experimentar en mi persona la importancia de poseer y cultivar un rico mundo interior, espiritualidad, y creencias, en estas situaciones límite. Al finalizar la otra gran pandemia de hace un siglo (“La gripe española”, mal llamada) el pensador Rudolf Steiner afirmó: “Para ser enteramente humanos es necesario que desarrollemos las capacidades espirituales”. Consejo absolutamente vigente en nuestros días.

Todos fuimos niños y soñamos con aquello que anhelamos y que en un Día como hoy, con un poco de suerte, nuestro sueño se hacía realidad. Esta creencia, trasmitida a través de la memoria colectiva, ha conformado una parte del mundo interior de los herederos de la Civilización Occidental. Y nuestra Cultura ha dado satisfacción a ese deseo de la primera infancia mediante la figura de nuestros míticos RR.MM, que nos visitan desde el lejano Oriente. Puedo afirmar que mientras duró esa creencia fue la más intensa y gozosa de toda mi vida.

Jesús Romero. Médico. Toledo