El Comentario

Mortalidad

1 noviembre, 2018 00:00

Al otro lado de la frontera de los sanos, en otro país en el que las leyes son propias y solo beben de la agudeza del dolor, está la tierra de la enfermedad, un lugar en el que sobreviven, malviven, mueren poco a poco los que fueron invadidos por la infernal marea de la enfermedad sin cura, o acaso cura de lejana hipótesis de salvación mediante terribles dosis de sadismo hospitalario que convierte la posible curación en tortura. Las más de las veces, la curación es imposible. En consecuencia la tortura se convierte en un dolor innecesario. Christopher Hitchens volaba por las cúspides del éxito con sus libros. Un fatídico día un terrible dolor en el pecho lo deportó, de repente, del país de los sanos al otro lado de la "dura frontera que rodea la tierra de la enfermedad".

Cáncer de esófago con metástasis. Vivió desde entonces algo más de un año. Mientras sentía que toda la cavidad de su pecho y su tórax parecía haberse vaciado, y "llenado de cemento" y sentía que la muerte abría su gran portalón, pidió paz a sus sanadores. Durante muchos meses de quimioterapia, radiación y cirugía percibió que quienes enfrente le manipulaban llevaban la máscara de los torturadores. Mientras tuvo alguna esperanza de más años de vida a cambio del dolor inmenso, lo soportó. Pero cuando ya era indudable que la Parca esperaba impaciente con su guadaña, en el rincón del cuarto, pidió alejarse para siempre no de la vida, sino del insoportable dolor de la vida.

Vivir con dignidad. Morir con la misma que uno busca en la vida. Si he de morir quiero morirme vivo y no muerto de antemano, dice un personaje de Muñoz Molina. Me detengo a escuchar a la muerte entre las arrugas de mi rostro, dejadme en paz con ellas escribe Adonis, y desde sus palabras reclamo esa intimidad que cada uno debemos tener con nuestra muerte. Hay que defender esa razón que abunda en el deseo de llegar a ella, cuando ya la vida es insoportable, y solo puede ofrecer días o semanas más de angustia agónica. 

El congreso va a aprobar la ley para regular la eutanasia. Al fin. Encuentro entre muchas tres razones de peso: romper el dolor cuando ya es irreversible, intratable, insufrible; evitar a la familia y amigos una experiencia infernal; no gastar absurdamente recursos médicos.

Pero dejo para el final el argumento más poderoso. Llegar en paz al acto más propio de nuestra vida, llegar a esa espera con la más amplia dignidad. Unos van esperando habitar un momento sin tiempo, como dice John Berger. Otros que la muerte sea una llave capaz de abrir todas las puertas, como dice Shakespeare en uno de sus poemas. O acaso solo cumplir un destino biológico otros y ya está. Ni sé ni nadie sabe. Pero quiero en todo caso que en ese sueño final nadie me perturbe.