El Comentario EL LADO BUENO DE LAS COSAS

Periodistas, cínicos, Kapuscinski y los arrebatadores ojos de Joanna Kulig

15 mayo, 2020 00:00

Joanna Kulig, Cold War

Una arrebatadora y tormentosa historia de amor imposible es el corazón sobre el que todo gira en “Cold War”, la última película del cine actual que me ha deslumbrado de forma casi absoluta y que, con la Guerra Fría al fondo, maravillosamente rodada en blanco y negro, te lleva a un mundo del que no puedes abstraerte de pura fascinación. Con películas como esta entiendes por qué adoras el cine. Otra obra maestra del polaco Pawel Pawlikowski que se quedará en tu cabeza mucho tiempo: porque atrapa la complejidad de la vida, porque los personajes son absorbentes, porque la poética belleza de la narración no se acaba, porque la música es poderosa e infinita y porque Joanna Kulig, voz de seda, arrolladores ojos, puede enamorarte y dejarte colgado de tu melancolía. Porque la libertad lo es casi todo en la vida. Qué historia tan compleja y tan dura, y a la vez tan bonita y profundamente conmovedora. Y en medio de qué mundo frío y desolador que termina por desbordarlo todo en un final de insoportable magnetismo. Lo impresionante de la actriz y cantante Joanna Kulig, además, es que no consigues despegar del personaje y querrás vivir para siempre en las canciones que canta y los clubes en los que toca, ese mundo donde todo es apasionado y difícil. Joanna Kulig coprotagoniza ahora “The Eddy”, una buena serie de televisión recién estrenada, irregular pero muy interesante, tremendamente humana e inundada de jazz, y allí la preciosa actriz vuelve a brillar, aunque con un tono menor. La cumbre de su portentosa carrera llegó con todo Pawlikowski, un genio de contar historias, y sobre todo con esta hermosísima y dura “Cold War”. No querrás dejar de volver a verla.

Cold War – Clip: Two Hearts, Four Eyes | Amazon Studios

El gran Kapuscinski y los cínicos

Uno observa y vive hoy el medio ambiente de este oficio de contar historias que es el periodismo en España y se le viene encima uno de los más grandes reporteros de todos los tiempos, el gran Ryszard Kapuscinski. Irremediable y pura melancolía. Ayer y hoy, que diría Pío Baroja. Hemos sustituido frecuentemente la honestidad por la trinchera, y la limpia búsqueda global de la verdad por esa parte sesgada de la verdad que más sirve a según qué particularidades. Y así el oficio ha ido decayendo en el barrillo de una guerra en la que nos ha metido el poder sin que nosotros, los periodistas, hayamos sido capaces de montar en rebeldía y hacer un poco de honor a nuestra mejor historia. Es lo que tenemos: hay que ir despejando el sendero de hierbajos en el caudal informativo del momento, y eso indica que a los periodistas nos está dando alguna ventolera que nos saca del camino una y otra vez. ¿Ha perdido validez el gran principio de Kapuscinski según el cual “los cínicos no sirven para este oficio”? No lo sé, pero el chequeo sería interesante, o tal vez es que el oficio se nos ha llenado de intrusos o infiltrados que han ido pastoreándolo todo hasta el pico actual de la montaña. El excelente librito de Kapuscinski, eterna lección de periodismo sin épocas ni apellidos, nos hace más falta que nunca. Para mantener el horizonte, sostener los pilares en pie y no perder las referencias. Para encender la luz, que siempre fue, según el gran periodista polaco, nuestra humilde tarea en el mundo.

La lluvia de la Creedence

Estos tíos no defraudan. Que levante la mano aquel amante del rock and roll al que no le guste “la” Creedence Clearwater Revival. No es posible, con tal colección de buenos discos y esas poderosas y memorables canciones. Creedence, está claro, es una de las grandes bandas del rock estadounidense de los años sesenta y primeros de los setenta, aunque las tempestades internas dentro del grupo y el endiablado ego creativo de su líder, John Fogerty, terminaran saltando todo por los aires en 1972: primero abandonó el grupo su hermano, Tom Fogerty, y después cayó rodado todo lo demás. Breves pero muy intensos: seis años fulgurantes de éxito y autodestrucción. Tenían aún mucho por hacer, pero su soberbio y prolongado catálogo de himnos clásicos es un legado que permanecerá para siempre en la historia del rock. Personalmente, la canción que llevo más dentro de la Creedence es también la más obvia: “Have you ever seen the rain”, un legendario cañonazo con su punto de tormenta, otra vez la lluvia, que sabe un poco a desesperanza y a nostalgia, pero que a mí me sirve también para los grandes días de sol. Luminoso éxito mundial. Tendría que echar bien la cuenta, pero si tengo que hacer la lista de mis 20 bandas favoritas de todos los tiempos tal vez la Creedence caiga por dentro.

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