El Comentario

Algunas consideraciones sobre la libertad de expresión

4 mayo, 2020 00:00

Deseo reflexionar en este breve artículo sobre la libertad de Expresión porque estamos siendo claramente agredidos y amenazados, por lo que hace unos días denominaba en un artículo la Dictadura del Miedo que se nos quiere imponer, y me consta que en parte está funcionando en gran parte de la callada sociedad y entre los médicos y sanitarios. ¿Qué hubiese sucedido si nos hubiéramos negado ir a la guerra (médicos y personal sanitario) no digo sin fusil, sino sin botas, ni casco, ni vestimenta adecuada? Esta ha sido realmente la situación, sólo espero que la Justicia, de la que luego hablaremos, actúe de forma contundente si fuera necesario; porque todos somos iguales ante la ley, o eso nos creemos. Nuestro Juramento hipocrático no define que los médicos debamos ser unos temerarios e insensatos, como pueden definirse ciertos comportamientos de mi colectivo.

O estamos con la libertad de expresión o se está en contra de este derecho que define a los estados democráticos. Si se está con la libertad de expresión hay que hacerlo con todas sus consecuencias, y no en función de quien decida ejercerla. Para algunos, a veces no es fácil respetar el derecho que los demás tienen a manifestar lo que piensan, pero también es cierto que existen (menos) gentes que estarían dispuestas a pasar por serios problemas antes de tolerar que se impida a los que discrepan expresar su opinión.

La libertad de expresión ha de ser uno de los cimientos sobre los que descanse el edificio de una verdadera Democracia. Se dice que fue el presidente norteamericano Jefferson el autor del siguiente pensamiento, ya un tópico: “A una nación más le vale disponer de periódicos libres aún sin Gobierno, que un Gobierno sin periódicos libres”.

A veces en las Democracias algunos personas con poder (político, financiero, sindical, mediático, religioso…) ponen en marcha diferentes mecanismos y subterfugios, de los que sólo ellos disponen, para impedir expresar sus ideas y opiniones a ciudadanos, periodistas, intelectuales o creadores de opinión. De esta suerte (mala) debilitan y dañan gravemente a la sociedad; en concreto cuando nos referimos a los periodistas estos realmente deben ser considerados sólo como los administradores del derecho ajeno de la información, su verdadero leitmotiv. Me estoy refiriendo naturalmente al ideal periodista libre e independiente.

Si nos preguntamos dónde están los límites de la libertad de expresión, la respuesta es evidente e inequívoca: en la Ley. Si en algún momento, en el ejercicio de este derecho algún ciudadano o colectivo se considera afectado, no lo debemos aceptar y debemos apelar a la Justicia. A jueces y magistrados corresponde interpretar el código penal para aplicar la ley derivada de la voluntad general. Dentro del sistema judicial existen determinados recursos donde poder reclamar si alguno de los afectados no se considera correctamente defendido. Todo menos invocar a la desobediencia manifiesta –exhibida por el vicepresidente Iglesias- o a aplicar calificativos no tolerables. A ver si alguien me puede explicar cómo funciona esto; si nos interesa cumplimos la resolución y si no, la etiquetamos de injusta, o calificamos a los jueces o al sistema como “corruptos”.

Las injurias, calumnias, o todo aquello que dañe deliberadamente la imagen ajena, la apología del terrorismo o su encubrimiento –como también tristemente tenemos la experiencia en nuestra cámara de algunos grupos que han sido la llave de entrada del actual Gobierno- pueden poner en marcha, mediante la fiscalía o vía ciudadano afectado, la maquinaria de la Justicia. En esto, a grandes rasgos, consiste el Estado de Derecho.

¿Qué papel debe jugar la Cultura en este maremágnum? Es bastante admitido que la cultura nos permite mejorar la percepción de las cosas, y lo normal es que se traduzca en formar mejores personas y más libres. Sin embargo, no siempre es cierto cuando se impone el dogmatismo y la ceguera secundaria a múltiples razones: los agradecimientos (vulgarmente denominados “estómagos agradecidos”), fidelidades personales o grupales, fidelidades a principios generales (dgmatismos), o simplemente ejemplos y experiencias vividas que por su fuerte impacto dejan una impronta en la libertad de pensamiento, que es un requisito previo y necesario para que la libertad de expresión se materialice, según nos enseñó el humanista José Luis Sampedro.

Hagamos un esfuerzo entre todos para aceptar el imperio de la Ley del Estado de Derecho que hemos ido construyendo; el imperio de la ley es más necesario que nunca en momentos críticos cuando el riesgo de desobediencia y libertinaje es más alto, y ante la situación terrible que deberemos afrontar en un futuro próximo.

Jesús Romero. Médico traumatólogo. Toledo