El Comentario

Fuegos artificiales

28 diciembre, 2020 00:00

* Artículo publicado originalmente en La Tribuna de Ciudad Real

De las posibilidades que existen de dividirnos en España (muchas, no tenemos hartura: derechas e izquierdas; independentistas o constitucionalistas; centralistas o federalistas; clericales o anticlericales; culés o madridistas, taurinos o antitaurinos, apocalípticos o integrados…etc.), la de ser monárquicos o republicanos es casi inexistente. Solo una minoría se siente monárquica o republicana como esencia de su ser político, como presunción básica de su andar por la vida. Según el CIS esa dicotomía no se encuentra entre los diez problemas principales de los españoles. El desempleo, la sanidad, la corrupción o la desconfianza con los políticos abundan en nuestras cabezas y tertulias anónimas, son los asuntos que no nos dejan dormir, porque eso es lo que hacen los problemas, no dejarnos dormir.

Por esa razón es importante no crearlos ficticios cuando los hay en la realidad. Cierto que las andanzas de bragueta y bolsillo del rey Emérito abonan la presunción de que bullirá en nuestras mentes mandar a paseo a la monarquía, pero eso no ha pasado porque aún las generaciones de la transición respetamos su figura por más que se haya vuelto irrespetable. También porque la Casa Real ha sabido desconectarlo a tiempo, sobre todo con la renuncia del rey a su herencia, y a los más jóvenes les suena todo esto a chino y ve la monarquía como algo de la tele que ni importa ni deja de importar.

Es Pablo Iglesias quien necesita este inexistente debate, sobre todo, porque así como el rey no es nada sin la tele, él tampoco lo es. Debe mantener vivas sus guerras para evitar que no le acusen de haberse convertido a esa casta que tanto denostó. Salió mascullado, pero indemne, del chalet burgués, pero siente que en el gobierno le rodea la llama de las expectativas defraudadas, que es algo que ocurre a todo gobierno, pues aquí se promete mucho a corto lo que solo podría hacerse a largo, o se promete lo imposible más allá de un lema hermoso.

Chamuscarse en el gobierno es el precio que cualquier político ha de pagar. Sobre todo porque nosotros no premiamos al que nos dice la verdad, sino al que nos encandila como los viejos charlatanes. Todos menos Iglesias, claro, que quiere escabullirse de su llama azuzando debates inexistentes (monarquía o república), pero muy de izquierdas, o pulsos de escasa renta (como los diez euros del salario mínimo) pero muy vendibles.

Si me preguntan sobre si república o monarquía diré aquello que decía con tanta agudeza Pujol, que eso ahora no toca, y que bastante tenemos con resolver lo que día a día nos abruma: luchar contra la pandemia y ayudar económicamente a los sectores que más ha devastado. Lo demás, fuegos artificiales.