Entre Bolos

El adiós de un alcalde del que nadie habla mal y el futuro gobierno de Albacete

29 junio, 2017 00:00

El pasado sábado la noticia pilló con el pie cambiado a propios y a extraños. Ni siquiera en el PP de Castilla-La Mancha esperaban la dimisión del alcalde de Albacete, Javier Cuenca, que comunicó a su partido la drástica decisión solo unas horas antes de hacerla pública en la rueda de prensa convocada de manera urgente para el pasado sábado poco después del mediodía. En aquella emotiva comparecencia, Cuenca justificó su marcha por "motivos de salud" que no son graves pero que, según confesó con honestidad, desde hacía algunos meses le impedían estar centrado al cien por cien en sus labores al frente del Consistorio.

María Dolores de Cospedal, Vicente Tirado y Francisco Núñez, los jefes del PP castellano-manchego y albaceteño, se enteraron casi al mismo tiempo que la ciudadanía de que Cuenca había optado por abandonar la política y volver a su puesto como funcionario de carrera en la Administración Pública, un desempeño mucho más tranquilo y anónimo que le ayudará a restablecerse de la mejor manera de la complicada e íntima situación personal por la que está atravesando desde hace algún tiempo.

Lo cierto es que ha sido un alcalde breve en Albacete pero solo dos años le han bastado a Javier Cuenca para ganarse el respeto de la ciudad. Muy pocos vecinos, tanto de derechas como de izquierdas, tanto los que le votaron como los que no, tienen una mala palabra sobre el que ha sido su regidor. Casi por unanimidad, este abogado, casado y con hijos, es considerado en su ciudad como un tipo válido, honrado, moderado, trabajador y dialogante, más allá de los aciertos o de los errores que haya podido cometer con su gestión. Hoy en día, en la política espectáculo que impera, no es fácil buscar el consenso por encima del titular, que es lo que a Cuenca le ha tocado hacer (y lo ha hecho con éxito) durante su mandato en el Ayuntamiento albaceteño, que ha gobernado en minoría gracias al apoyo brindado por Ciudadanos en el pleno de investidura.

Ahora el futuro del Consistorio es incierto. El PP, que ha propuesto a Manuel Serrano (responsable de Festejos) como sucesor de Javier Cuenca, tiene 10 concejales. Ciudadanos, que ya ha dicho que no hay motivos para que los 'populares' dejen de gobernar, cuenta con 3. El PSOE de Modesto Belinchón, que no renuncia a ser alcalde si surge la oportunidad, tiene 8 ediles. Y Ganemos, con 5 concejales, está dispuesto a negociar su apoyo a los socialistas para dotar de "una alternativa de izquierdas a la ciudad". En resumen, empate a 13 entre los bloques conservador y progresista, aunque suene antiguo.

Pero la clave es que hay un concejal número 27 para deshacer el empate: Pedro Soriano. Un edil no adscrito después de ser expulsado de Ciudadanos (las relaciones son irreconciliables entre las partes) precisamente por votar en blanco y no abstenerse, como había decidido su partido, en la investidura de Javier Cuenca. Puede que tenga la llave del futuro gobierno albaceteño un tipo que en los últimos días ha reconocido públicamente que no mantiene relación ni con Serrano ni con Belinchon. Todos los que conocen la vida política albaceteña definen como alguien cuanto menos peculiar, un sujeto aislado que no ha sabido entender el día a día institucional. Confiarle tanta responsabilidad a un alma solitaria, libre e imprevisible como Soriano es un riesgo demasiado alto que ningún partido debería estar dispuesto a asumir con tal de hacerse con el poder.

Desde la distancia, sabiendo que Albacete no ha sido ni mucho menos un caos durante el primer tramo de la legislatura, lo lógico es que los partidos de izquierdas se dejasen de experimentos y probaturas innecesarias aprovechando la situación personal de Javier Cuenca. Lo recomendable es que el PP siga gobernando en minoría en la ciudad, con la abstención del resto de grupos políticos, y que el concejal Soriano siga ejerciendo sus funciones con total libertad y que vote lo que le venga en gana para seguir siendo solitario, libre e imprevisible... pero nunca decisivo.