Más que Palabras

Pecados del montón

12 septiembre, 2018 00:00

Lo sabíamos. El caso Cifuentes y su máster fantasma, además de que fue un bochorno político sin paliativos, abrió debates colaterales que, inicialmente, pensamos que traerían cola, como así ha sido: la burbuja de corrupción en la Universidad y la absurda titulitis que padecen políticos de todos los colores ideológicos, que ha generado la aparición de listas de “mentirosos” que en mayor o menor grado nos han hecho creer que eran lo que nunca con su esfuerzo consiguieron ser. Hace años la espita en lo que a falseamiento de currículums se refiere la abrió escandalosamente Luis Roldán, el exdirector de la Guardia Civil que se inventó una licenciatura en Económicas, una ingeniería y un máster, aunque ¡claro! después de desvalijar, como hizo, los fondos reservados y robar a manos llenas a los huérfanos del instituto armado, lo que menos repercusión tuvo en su día fue que se inventara su inexistente trayectoria académica.

Ahora, sin embargo, tras la caída de la que fue presidenta de la Comunidad de Madrid hay un antes y un después. El caso del máster de Pablo Casado ha sido una pesada carga para el actual líder del PP de la que no se librará fácilmente y, ahora, con la ministra de Sanidad, Carmen Montón, se repite la historia, incluso los argumentos para quitarse el marrón de encima. La ministra ha insistido en que no hubo ninguna irregularidad en el "Máster en Estudios Interdisciplinares de Género" que cursó en 2010-2011 en la Universidad Rey Juan Carlos y aunque se ha demostrado,  como certeramente han publicado los periodistas del diario.es, que se le inflaron las notas, eso según ella no es para tanto. "Considero que dimitir por algo que no he hecho es injusto", dijo, tras señalar que ella no es responsable de lo que ha sucedió en esa Universidad, cuyo prestigio por cierto está quedando por los suelos.

Mi colega Javier Caraballo escribía un artículo que me hizo gracia porque jugaba con el apellido de la ministra y una de las acepciones de su significado. “Son másteres del montón porque es algo habitual, generalizado, en la clase política española de la tercera generación democrática, aquellos que no han conocido otra cosa en la vida que el trabajo en un partido político; son másteres del montón porque todos los casos son iguales, calcados, de trabajos irrisorios o inexistentes, notas altas, asignaturas convalidadas y permisos especiales para no tener que asistir a clases; son másteres del montón porque hasta las explicaciones que se ofrecen cuando alguien resulta sorprendido son idénticas, exculpatorias y de falsa modestos; son másteres del montón, en fin, porque son muchas las universidades que podrían verse afectadas por los tratos de favor a los poderes políticos locales o regionales", decía y yo lo suscribo plenamente.

Lo único bueno desde que se destaparon estos casos es que ha habido un auténtico borrado de currículums en un tiempo récord porque la mentira ya no sale gratis y todos tienen pánico a que les pillen. Cuando se destapó el máster de Cifuentes yo en esta misma columna me preguntaba. "¿Por qué esa obsesión por la “titulitis”? ¿A qué se debe el afán de inventarse cursos, máster o licenciatura que nuestros representantes públicos no han estudiado? ¿Se debe sólo a una vanidad que no tiene límites, a un clasismo descarado o a algo más? La titulitis es una enfermedad contagiosa que a muchos les lleva a mentir y si no se ha acabado con ella es porque en España rara vez se entona el mea culpa, y menos el verbo dimitir entre la clase política. Representantes públicos muy conocidos como Elena Valenciano, Patxi López, José Blanco, José Manuel Moreno Bonilla o la mediática Pilar Rahola -que decía ser doctora cuando solo era licenciada-, entre otros muchos, tuvieron que dar explicaciones de por qué afirmaban ser lo que no eran”.

Siempre he pensado que la única vacuna para acabar con esa enfermedad, poco ejemplar y menos ejemplarizante, es la dimisión, y como hasta ahora casi ninguno de los que habían sido “pillados” se marcharon a su casa con el estigma del mentiroso, pues se optaba por el “pelillos a la mar". La acción política debe ser ejemplar y también ejemplarizante porque si mienten sobre ellos mismos, ¿qué no serán capaces de hacer con los demás? Claro que para ellos al fin y al cabo son "pecadillos" del montón, sin importancia.