Más que Palabras

La hora de la Justicia

13 febrero, 2019 00:00

¡Claro que no es un juicio más! Los hechos que se juzgan son gravísimos, los más graves ocurridos en nuestro país después del intento del golpe de Estado del 23-F. Por mucho que se empeñen los independentistas, nuestra democracia es fuerte y su fortaleza se basa en la separación de poderes, que consolida un estado de derecho pleno, cosa que ellos no aceptan tal vez porque flojean en la condición de demócratas. Aquí nos hemos dotado de leyes, y ley debe cumplirse sí o sí. Los demócratas no podemos dejar que se vaya por la alcantarilla lo que tanto nos ha costado construir. La Democracia plena es nuestra memoria histórica para las siguientes generaciones y las veleidades de una minoría de radicales, antisistema, independentistas o nacionalistas que quieren escurrir el bulto para que se les indulte, no puede triunfar. Es la hora de la verdad porque es la hora de la Justicia y ya no caben medias tintas. Se hará Justicia les guste o no.

“Aunque el independentismo intente sembrar sospechas sobre la Justicia española, el juicio que hoy arranca en el Tribunal Supremo a los impulsores del referéndum de ruptura ofrece plenas garantías. El desafío soberanista lanzado en otoño de 2017 constituye el mayor ataque a la Constitución en cuatro décadas. No fue una revolución de las sonrisas, como torticeramente alegan sus autores. Tampoco un proceso democrático, porque nada hay más antidemocrático que pisotear la ley. Fue un intento de crear un Estado catalán en forma de república -así consta en las resoluciones parlamentarias aprobadas por JxSí y la CUP con el que las autoridades catalanas pretendían liquidar la soberanía nacional saltándose los procedimientos de reforma contemplados en la legislación y quebrando el autogobierno amparado en el Estatuto de Autonomía. Conviene recordarlo”. Se podía leer ayer en los editoriales de varios periódicos y no les falta razón. Estoy convencida de que la fortaleza de la Democracia española está perfectamente representada en la solidez de nuestro ordenamiento jurídico, y por eso, sea cual sea la sentencia que finalmente dicten los siete jueces del Tribunal Supremo, los demócratas la aceptaremos.

Aunque los independentistas lo han intentado de todos los modos posibles, retorciendo en muchos casos la realidad, internacionalmente nadie ha comprado sus teorías distorsionadas de lo que es la realidad de nuestro país, y solo hay que mirar los apoyos que han tenido en Bruselas. No hay presos políticos sino políticos presos porque, con su actuación, vulneraron gravemente la legalidad y, por mucho que retuerzan la verdad, sus derechos civiles y constitucionales están intactos.

Estos son días convulsos, donde la política se ha llenado de pasión y también de vehemencia. Pero la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero y en el relato inventado de los independentistas hay un cúmulo de mentiras que deben ser desenmascaradas. Estos son días donde hay que solemnizar lo obvio, como que España es un Estado social democrático y de derecho, una democracia consolidada y plenamente integrada en la Unión Europea, respetuosa con los derechos fundamentales. Hay que repetirlo muchas veces porque algunos están haciendo un dibujo de nuestro país en blanco y negro sin matices, donde parece que hemos regresado a los oscuros años 30 como si el tiempo se hubiera detenido por el capricho de un ramillete de políticos inconscientes que están empeñados en llevarnos al abismo. No acierto a imaginarme cómo Puigdemont podrá mirarse al espejo sin avergonzarse en su retiro confortable de Waterloo mientras sus subordinados están sentados en el banquillo de los acusados y se enfrentan a penas gravísimas de hasta 25 años de prisión. No hay nada de valentía en huir y lo suyo fue un acto no solo de cobardía política sino de miseria ética. No acierto a pensar qué debe sentir el president de la Generalitat, Quim Torra, convertido en una suerte de pelele, en una marioneta del fugado, cuando mire a sus compañeros en su calidad de “oyente” en el juicio.

El asunto es que, entre tanta escenificación, desde las elecciones catalanas los independentistas, además de tirarse los trastos a la cabeza y de instalarse en la burda agitación, son incapaces de buscar una salida digna a su enredo, remangarse y ponerse a trabajar en las cosas que importan a los ciudadanos. Alguna vez he comentado que, como no hay más ciego que quien no quiere ver, el “fugado” en su misión sagrada del martirologio, que le llevará al camino hacia ninguna parte, seguirá campando a sus anchas mientras los suyos se lo permitan y no le corten el grifo económico, porque al fin y al cabo "la pela es la pela” y esa juerga no la podemos pagar todos. Ya veremos si, finalmente, lo ocurrido el 1-O fue un acto de sedición o de rebelión,  pero en este país, como en cualquier democracia, el que la hace debe pagarla.