Más que Palabras

El adiós de Mariano

6 junio, 2018 00:00

Justo antes de las elecciones que llevaron a Mariano Rajoy a la Moncloa, me encargaron una serie de once entrevistas que, con el nombre de "Los sillones del poder", pretendían dibujar la cara más humana de los candidatos. Se trataba de que cada uno de ellos eligiera un sillón donde se sintiera cómodo para publicar una fotografía a toda página y tener una charla informal para contar lo que se escondida detrás de cada personaje. Los últimos en publicarse en el Magazine de El Mundo fueron los de José Luis Rodriguez Zapatero y el suyo, dos perfiles por cierto muy diferentes pero que, en aquel momento, eran la imagen de un sólido bipartidismo donde la alternancia entre el PP y el PSOE se asumía como algo natural.

El perfil del entonces candidato de la oposición empezaba así : “Tiene un expediente académico de infarto, de esos que hacen palidecer, de sana envidia, al común de los mortales. Si uno se atiene a sus calificaciones –tanto en la etapa escolar como en la universitaria–, diría que tiene ante sí al típico empollón, a la persona familiarizada con los sobresalientes y las matrículas, que consiguió el segundo mejor expediente de su curso en la Facultad de Derecho de Santiago y, con sólo 23 años, ya era registrador de la propiedad. Él, sin embargo, resta importancia al asunto, haciendo gala de su acentuado pudor, y vuelve la cosa por pasiva: “Siempre fui buen estudiante, pero era muy malo en dibujo y en gimnasia”, señala. Casi desde su nacimiento su destino estaba marcado: “Mi padre era juez y mi abuelo abogado, así que yo que era el primer hijo varón de una familia con cuatro hermanos –dos chicos y dos chicas–,
nací y crecí en el Derecho y nunca pensé estudiar otra cosa distinta a lo que era la tradición familiar”.

La pasión de Mariano Rajoy por el amplio mundo de las leyes era tal que asumió opositar como algo natural, sin importarle demasiado a “qué”, pero sí el “cuándo”. “Terminé la carrera en el 77, y en aquella época no había más salida que opositar. Había tres o cuatro oposiciones grandes: Abogado del Estado, Juez, Notario y Registrador de la Propiedad. Hice esta última porque era la primera que se convocó nada más terminar la carrera”, afirma con naturalidad.

Lo que no tenía previsto, en ningún caso, era dedicarse a la cosa pública: “La muerte de Franco me pilló cuando empezaba la carrera y existía una gran actividad política estudiantil. En Santiago había una serie de partidos muy a la izquierda, tanto que el PCE era el más moderado de todos ellos. También funcionaban dos o tres grupos falangistas, pero lógicamente yo no me sentía identificado con ninguno de ellos”. Su bautismo de fe en política se produjo por casualidad, cuando unos amigos le invitaron a realizar una pegada de carteles de Alianza Popular. “Entré en política primero colaborando en la pegada de carteles, sin más, y luego en el 81 acepté ir en la lista por Pontevedra al Parlamento de Galicia, de relleno. Sorprendentemente salí elegido diputado y así empezó todo, hasta hoy...”.

El día de aquella entrevista para Rajoy lo había sido casi todo en la cosa pública menos presidente del Gobierno y cuando le pregunté qué protege a un político de las críticas y como rebajar la tensión en los momentos de alto voltaje me dijo sin más: “Hay que tener sentido del humor, paciencia, espíritu deportivo y sentido de la indiferencia ante determinadas críticas que oyes cuando te dedicas a esto, porque si no, no se aguanta”. Seguramente estos últimos días, desde que salió la sentencia de la Gürtel, ninguna de sus recetas le han servido y tras triunfar la moción de censura de Pedro Sánchez sabía que la única salida era tirar la toalla . "Me he sentido muy reconfortado por vuestro apoyo en estas jornadas, que no han sido fáciles para mí. Ha llegado el momento de poner el punto y final a esta historia. El PP debe seguir avanzando bajo el liderazgo de otra persona", dijo ayer con la voz entrecortada, los ojos acuosos y con una emoción que resultaba extraña en un hombre poco dado a demostrar sus emociones. Rubén Amón escribía nada más concluir su adiós que “las lágrimas de Rajoy ahogan al PP” y tal vez no le falta razón porque en este país enterrar se nos da muy bien pero los cambios generacionales siguen siendo una asignatura pendiente y los expresidentes se convierten en jarrones chinos que nadie sabe dónde colocar.

Cuando en aquel "sillón del poder" le pregunté a Mariano Rajoy qué haría si tuviera el poder necesario para cambiar el curso, a veces inevitable, de las cosas: “Si sólo con desearlo pudiera eliminar ciertas cosas, elegiría dos: el terrorismo y la pobreza. Claro que me gustaría acabar con la injusticia, las desigualdades, la discriminación, en fin... hay tanto por hacer”. Bueno... en estos años ha podido escribir el final de ETA, no ha acabado con la pobreza pero en las grandes cifras macroeconómicas deja un país un poco mejor que el que se encontró. Ya veremos que pasa ahora en el PP... donde ya ha la comenzado una larga noche de cuchillos largos y esto acaba de empezar.